Deucalión y Pirra Studiolo. Andrea di Mariotto del Minga, 1572. |
Deucalión y Pirra
Zeus, tras enterarse de la maldad que habitaba en el interior del ser
humano, decidió exterminarlo. En primer lugar pensó en enviar el rayo
pero ante el temor de que éste quemase el eje del universo propuso
enviar un gran diluvio.
Para ello encerró en las cavernas a Eolo y a todos aquellos vientos que ahuyentaban las nubes. Solo dejó salir a Noto (Austro en la tradición latina) el cual, tras extender sus enormes alas, se precipitó sobre la tierra cargado de lluvia. De su cabello manaba agua, su barba estaba formada por nubes y el rocío caía de su pecho y sus alas. Oprimiendo con sus grandes manos las nubes, Noto derramó densos nubarrones desde el cielo.
Poseidón acudió en su ayuda en esta obra de destrucción. Con un golpe de su tridente abrió el seno de la tierra para permitir que las olas del mar pasasen libremente. A su vez convocó a los ríos y les ordenó que sus corrientes lo destrozasen todo. Éstos, desencadenados, invadieron
los campos, arrasaron alamedas y se llevaron hombres, animales,
palacios, templos y casas. Todas aquellas construcciones que aguantaron
el golpe del oleaje quedaron finalmente cubiertas por las aguas. Muy
pronto no pudo distinguirse el mar de la tierra, todo se convirtió en océano.
Los hombres trataron de salvarse subiendo a los picos más altos donde murieron bien por la oleada o, si ésta
no llegaba, de hambre. La única montaña que permaneció seca fue el
Parnaso, donde se refugiaron Deucalión, hijo de Prometeo, y Pirra, hija
de Epimeteo y Pandora. Ambos habían conseguido salvarse construyendo una
balsa.
Zeus, viendo que de entre todos los seres humanos tan solo quedaba
con vida esta pareja envió rápidamente a Boreas para que dispersara las
nubes y disipara la niebla. Poseidón, por su parte, aquietó las olas
haciendo aparecer de nuevo la tierra.
Cuando cesó la tormenta, Deucalión miró en todas direcciones y no
encontró ningún rastro de vida humana. Ante aquel espectáculo, las
lágrimas rodaron por sus mejillas y, dirigiéndose a su esposa Pirra, le
dijo: "Amada, compañera única de mi vida, por muy lejos que mire, en
cualquier dirección que vuelva los ojos, no descubro una sola alma
viviente. Nosotros dos, unidos, constituimos la población de la tierra.
Todos los demás han sucumbido bajo el diluvio".
Deucalión y Pirra Studiolo. Andrea di Mariotto del Minga, 1572 |
La pareja encontró un altar semiderruido dedicado a la diosa Temis y se
arrodilló ante él. Tras suplicar ayuda para regenerar a la raza humana
la diosa les dijo: "Dejad mi altar. Cubrid vuestras cabezas con un velo, desceñíos los cinturones y arrojad detrás de vosotros los huesos de vuestra madre".
Al principio, la pareja no comprendió la sentencia divina. Pirra pidió
excusas a la diosa pero Deucalión la tranquilizó diciendo: "Si mi
sagacidad no me engaña, nuestra gran madre es la Tierra, sus huesos son
las piedras y éstas son, Pirra, las que debemos arrojas tras nosotros".
Deucalión y Pirra. Rubens, h. 1636. |
Así pues cubrieron sus cabezas con un velo, se deciñeron los vestidos y
empezaron a arrojar tras de sí las piedras que iban recogiendo.
Rápidamente, éstas comenzaron a reblandecerse y a adoptar forma humana,
siendo varones las arrojados por Deucalión y mujeres las arrrojadas por
Pirra.
Fuentes:
-AA.VV., Cultura clásica, Barcelona,
Edebé, 2003.-HOPE MONCRIEFF, A.R., Mitología clásica, Madrid, Edimat libros, 2012.
-OVIDIO, Metamorfosis, Madrid, Alianza editorial, 2001.
-http://mitosyleyendascr.com/ [24/03/2015; 16:30]
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