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jueves, 13 de agosto de 2015

Apolo

       Hijo de Zeus y Leto y hermano mellizo de Artémis, Apolo pertenece a la segunda generación de Dioses Olímpicos. Encarna la eterna juventud y el ideal de belleza masculina y simboliza la moderación, el orden, la armonía y la razón. Es el dios de la música, la poesía y la luz y se le identifica con el sol, por lo que también es conocido como Apolo Helios o Febo Apolo, que significa brillante o radiante.  Sus atributos son el arco, las flechas y la lira y se le consagran el lobo, el corzo o la cierva, el delfín, el cisne, el milano, el buitre y el cuervo.

Apolo Belvedere. Copia romana de un original griego.
        Es un dios sanador y profetizador, que conoce la voluntad de su padre Zeus y la transmite a los mortales en los oráculos por medio de sus sacerdotisas, las Pitias. Vive en el Parnaso en compañía de las nueve Musas y por lo general es un dios benévolo aunque también ejerce terribles castigos, como ocurrió con Marsias, el sileno al que desolló vivo tras retarle a un concurso musical.
 
      Su madre Leto fue rechazada en diversas poblaciones a causa de los celos de Hera. Estando embarazada de Apolo y Artémis consiguió llegar a la isla sagrada de Delos, donde dio a luz a los dos mellizos. Apolo nunca fue amamantado por su madre, sino que se alimentó del néctar y la ambrosía que le entregó Tetis. Al poco de nacer, emprendió un largo viaje para  buscar un lugar donde establecer su oráculo. Recorrió gran parte de la Grecia septentrional y central hasta llegar a la fuente Telfusa, al oeste de Beocia. En este lugar habitaba una ninfa que no aceptó compartir el lugar con él y le recomendó visitar Delfos, un emplazamiento situado bajo el monte Parnaso, en el que más tarde Apolo erigiría su santuario. Pero en este lugar vivía un terrible dragón, que había acabado con todos los aquellos que se habían acercado a él. Apolo logró darle muerte con una de sus flechas y después regresó a Telfusa, para vengarse de la ninfa. Escondió sus arroyos bajo un acantilado y erigió allí un altar, subordinando el culto a la ninfa por el suyo propio. En este lugar fue adorado como Apolo Telphousios.

     Su siguiente objetivo fue buscar sacerdotes adecuados para su santuario y para ello se sirvió de los navegantes de un barco cretense que se dirigía a Pilos. Apolo se subió a la borda adoptando la forma de un delfín y empleó el viento para dirigir el barco a la costa de Crisa, cerca de Delfos. Tras mostrarse ante los navegantes con su forma divina, les ordenó que lo acompañasen a Delfos para establecer en este lugar un culto a si mismo como Apolo Delphinios, y para que tanto ellos como sus descendientes actuasen como guardianes de su templo.
Apolo matando a la serpiente Pitón
    Apolo tuvo muchos hijos con diosas, ninfas y  mujeres mortales, como Corónide, con quien engendro a Asclepios, el dios de la Medicina. Entre sus historias de amor más conocidas se encuentra la de Dafne que, para huir de él, fue transformada en laurel. A partir de entonces este árbol adquirió un carácter sagrado y se convirtió en el símbolo de Apolo. Las hojas de laurel eran masticadas por las sacerdotisas de Apolo durante sus trances proféticos y también con ellas se elaboraban las coronas que se entregaban a los vencedores en las competiciones deportivas.
       Otro de sus amantes fue el joven espartano Jacinto que murió al ser golpeado en la cabeza por un disco, como venganza del viento Céfiro, a quien había rechazado. Apolo lo convirtió en una flor que lleva su nombre.

      Apolo fue un dios muy venerado en Grecia y sus principales lugares de culto fueron el santuario de Delfos y la isla de Delos. También en Asia Menor se le dedicaron diversos santuarios, como los de Claros, Bránquidas y Pátara.

       Apolo entró en la cultura romana a través de Etruria y las colonias griegas de la Magna Grecia y se conservó su nombre griego.

Fuentes:
-AA.VV., Mitología clásica e iconografía cristiana, Madrid, Editorial Ramón Areces, 2010. 
-HARD, R., El gran libro de la mitología griega, Madrid, La Esfera de los Libros, 2008.
-HOPE MONCRIEFF, A.R., Mitología Clásica, Madrid, Edimat Libros, 2012.

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